viernes, 10 de enero de 2014

Efemérides Nuestroamericanas - 10 de enero

Nacimiento de Francisco "Paco" Urondo

“Estoy con pocos amigos y los que hay
suelen estar lejos y me ha quedado
un regusto que tengo al alcance de la mano
como un arma de fuego. La usaré para nobles
empresas: derrotar al enemigo– salud
y suerte–, hablar humildemente
de estas posibilidades amenazantes.”
No puedo quejarme
Francisco "Paco" Urondo

 

 

 


Nació en Santa Fe el 10 de enero de 1930, fue asesinado el 17 de junio de 1976 en Mendoza, en una emboscada de fuerzas policiales.

Poeta argentino perteneciente al grupo del invencionismo, que en los años cincuenta se formó en torno a la revista Poesía Buenos Aires, fundada por R. G. Aguirre.

En sus primeros títulos (Historia antigua, 1956; Breves, 1959; Lugares, 1961), Urondo asimiló en su obra la influencia de dos grandes poetas disímiles, O. Girondo y J. L. Ortiz, que no habían encontrado hasta que apareció su escritura una voz que les reuniera, pero a partir de Nombres (1963), el autor agregó además elementos coloquiales y el uso de un lenguaje absolutamente personal, que lo convertirían en una de las cumbres de la poesía argentina de la segunda mitad del siglo.

Sus libros posteriores (Del otro lado, 1967; Adolecer, 1968; Son memorias, 1970; Poemas póstumos, 1972) confirmaron esa singularidad, que en ocasiones se advierte también en otros géneros que el poeta frecuentó en forma esporádica, como los relatos de Todo eso (1966) y Al tacto (1967) o su incursión en la dramaturgia ( Sainete con variaciones, 1966).

Comprometido en la lucha armada contra la dictadura militar, Urondo estuvo preso en la cárcel de Villa Devoto, publicó el documento de denuncia La patria fusilada (1973). Junto a Rodolfo Walsh formaron parte del Departamento de Informaciones e Inteligencia de Montoneros.

“Mientras Walsh desarrolla la experiencia de ANCLA, Francisco Urondo es trasladado a Mendoza por orden de la conducción de Montoneros. El motivo que se argumentó para tal decisión es que Urondo debía reorganizar a los militantes que aún seguían resistiendo la avanzada militar en esa provincia. Sin embargo algunas versiones aseveran que ese traslado era una suerte de castigo por el modo en que Urondo había manejado algunos asuntos personales. Algún tiempo antes, el escritor se había separado de Lili Mazzaferro, que también era militante de Montoneros, y había comenzado a vivir con Alicia Cora Raboy, por lo que se lo sanciona y despromueve por “deslealtad”. Cuando su amigo Rodolfo Walsh se entera de esa resolución, presiente que la conducción comete un gravísimo error porque la región Cuyo “era una sangría permanente desde 1975, nunca se la pudo poner en pie” (Walsh, 2007a (1976): 272-273). En mayo de 1976 Urondo llega a Mendoza con Alicia Raboy y la hija de ambos, Ángela. El 17 de junio, es asesinado por las fuerzas de la represión en una emboscada, en el departamento de Guaymallén. Su mujer, Alicia Raboy fue desaparecida y su hija, luego de algún tiempo, restituida a la familia de Alicia. Su último libro, inédito, Cuentos de batalla, está perdido.”

(Rodolfo Walsh y Francisco Urondo, El Oficio de Escribir, Fabiana Grasselli)

Cortázar le escribió en 1973 “Carta muy abierta a Paco Urondo” y Rodolfo Walsh escribió en julio de 1976 una semblanza por su  muerte:

"Mi querido Paco:

Me han pedido que escriba una semblanza tuya. Es lo último que yo hubiera querido escribir, pero me doy cuenta que es necesario que alguien empiece a decir algo de tu hermosa vida, antes que otros, con más capacidad, puedan estudiarla junto a tu obra.

Lo primero que me acude a la memoria es la frase de un poeta guerrillero checo, al que mataron los nazis, que dejó escrito: “Recuérdenme siempre en nombre de la alegría”.

Para nosotros, Paco, la alegría era muchas cosas de cada día: la compañera, la hija, el hijo y los nietos, un truco, un verso, una ginebra. Pero más que nada era una certidumbre permanente, como una fiebre del día y de la noche que nos hace creer que vamos a ganar, que el Pueblo va a ganar.

Es en nombre de esa última alegría, la que vos no viste y yo no sé si voy a poder ver, que te escribo. Tal vez por ahí me salga la semblanza.

Te lloramos, hombres y mujeres, quién podría no llorarte.(…)

En estos días que han pasado desde que te mataron, me he preguntado qué es lo importante de tu vida y de tu muerte, qué cosa te distingue, qué ejemplo podríamos sacar, qué lección nos dio Francisco Urondo.

Tengo una respuesta provisoria en las cosas evidentes que pudiste ser y en las más desconocidas que elegiste.

Llegaste a los cuarenta años con la pasta de los grandes escritores, que no es más que una forma de mirar y una forma de escuchar, antes de escribir. El problema para un tipo como vos y un tiempo como éste, es que cuando más hondo se mira y más callado se escucha, más se empieza a percibir el sufrimiento de la gente, la miseria, la injusticia, la crueldad de los verdugos. Entonces ya no basta con mirar, ya no basta con escuchar, ya no alcanza con escribir.

Pudiste irte. En París, en Madrid, en Roma, en Praga, en la Habana, tenías amigos, lectores, traductores. Podías sentarte a ver desfilar en tu memoria el ancho río de tu vida, la vida de los tuyos, volcarlos en páginas cada vez más justas, cada vez más sabias. Con el tiempo quién lo duda, habrías figurado entre esos grandes escritores que eran tus amigos, tu nombre asociado al nombre de tu país, pedirían tu opinión sobre los problemas que agitan al mundo.

Preferiste quedarte, despojarte, igualarte a los que tenían menos, a los que no tenían nada. Lo que era tuyo era fruto de tu esfuerzo, pero igual lo consideraste un privilegio y lo fuiste regalando con una sonrisa. (…)

Estuviste preso, sobre el fin de la dictadura de Lanusse. En la cárcel, sin esperarla, volvió la literatura. Esa noche del 25 de mayo de 1973, cuando el pueblo victorioso embestía contra los muros de Devoto y centenares de compañeros festejaban la libertad inminente, te encerraste con los sobrevivientes del fusilamiento de Trelew y una grabadora. Escuchaste, mientras en la calle subía ese rugido impresionante de la multitud empujando la reja “¡abran carajo, o se la echamos abajo!”. Escuchaste como nunca, atento a cada temblor en la voz de los que habían resucitado del espanto. Manejaste esa historia como de chico debiste manejar el bote, allá en tu río, dejándote llevar por su corriente, con apenas un toque de tu pala –una pregunta- para enderezar el rumbo. Allí fue más cierto que nunca que escribir es escuchar. De ese impecable ejercicio de silencio salió La patria fusilada, un libro que ya no era tuyo, porque era de muchos. (…)

No te hacías ilusiones sobre la supervivencia personal. En todo caso, estabas preparado para la muerte, como las decenas de muchachos y muchachas que se juegan diariamente en una pinza, en una operación. O más bien como decías en uno de tus poemas: “Anoche soñé –seguía diciendo el soldado- que mi hija y mi nieto nacían simultáneamente en este mundo que vendrá. Ahora puedo morir en paz, aunque sería mejor que esto ocurra dentro de mucho tiempo”.

No fue tanto, cuando te llegó el momento –en una cita de rutina y te batiste. Ellos eran demasiados en esa tarde aciaga. Un coronel te insultó en un comunicado, los diarios no se atrevieron a publicar tu nombre, te iban a enterrar como a un perro cuando te recuperamos.

Era el fin de una parábola. Son los pobres de la tierra, los trabajadores secuestrados, los torturados, los presos que fusilan simulando combates. Son las masas las que van a sepultar a tus verdugos en el tacho de basura de la Historia.

No soy quién para decir cuál fue tu mejor libro, tu mejor cuento, la mejor línea de tus poemas. Pero pienso que tu obra literaria, tan inseparable de tu vida, nos va a ayudar a resolver esa pregunta tan trillada sobre lo que puede hacer un intelectual revolucionario.

Puede hablar con su pueblo y de su pueblo poniendo en ese diálogo lo mejor de su inteligencia y de su arte; puede narrar sus luchas, cantar sus penas, predecir sus victorias. Ya eso es suficiente, ya eso justifica. Pero vos nos enseñaste que no le está prohibido dar un paso más, convertirse él mismo en un hombre del pueblo, compartir su destino, compartir el arma de la crítica con la crítica de las armas. Gracias por esa lección.”

Rodolfo Walsh.

(de la página de Juan Gelman)

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/u/urondo.htm

Para seguir leyendo:

Blog de Angela Urondo Raboy Pedacitos

El Ortiba

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